Y sin embargo, todos nosotros creemos estar luchando por la FELICIDAD, aquella que imaginamos ver en la cara de algunos de nuestros amigos, o que nos venden la publicidad, las redes sociales o algunas revistas. Sin embargo, la gran mayoría de nosotros no la ha percibido más que en algunos instantes efímeros más próximos del placer que otra cosa, o bien en raros períodos donde la vida parece haberse olvidado un instante de mandarnos desgracias, como si un maligno ser supremo jugando a tirarnos piedras, en un perverso videojuego, nos hubiera relegado a un segundo plano.
Mientras gran parte del mundo vive bajo el umbral de pobreza, luchando únicamente por mantenerse en vida, en las sociedades occidentales vivimos a base de pastillas, de quejas, adictos a glorificar un pasado ficticio o amargados por no alcanzar ese futuro prometedor que nunca parece llegar, o que nunca es suficiente.
¿Entonces, es realmente posible la felicidad? ¿O es simplemente un sueño de juventud que se va perdiendo a medida que pasan los años? Porque los que llevamos aquí ya unos cuantos añitos, sabemos que “¡Esto es lo que hay!”, y la cosa no parece mejorar.
Gracias a la psicología positiva, la FELICIDAD se ha convertido hoy en día en un amplio campo de investigación. Martin Seligman, director del Departamento de psicología en la Universidad de Pensilvania, y conocido como uno de los padres de la psicología positiva, (a través de sus escritos y su labor como Presidente de la Asociación Estadounidense de Psicología), llegó a crear un modelo de positivismo y felicidad: generar Emociones positivas, Involucrarse en los actos del día a día, crear Relaciones constructivas, buscar un Significado transcendente en nuestros actos, y luchar por nuestros objetivos para alcanzar Logros. Las personas que cumplen los requisitos de este modelo son más felices. Para otros autores, las claves se pueden centrar en uno u otro de esos parámetros: las relaciones (sobre todo de pareja) disminuyen la ansiedad, la creatividad aumenta la sensación de bienestar (el flujo, según palabras de Csikszentmihaly), etc…
Otros investigadores demuestran que existen factores socio-económicos de la felicidad. Pero la gran pregunta en Occidente es: ¿Cómo puede ser que la riqueza que hemos alcanzado en nuestras sociedades no consiga liberar a los humanos de sus problemas materiales? Daniel Kahneman y Amos Tversky, dos psicólogos cuya influencia en la economía ha sido considerable, han demostrado que nuestra aspiración a la felicidad está siempre marcada por el punto de referencia de nuestro entorno. Soy feliz o infeliz en referencia a lo que YO considero como normal, y en referencia a MIS expectativas, no a las de la media. Y esas expectativas tienen tendencia a avanzar a medida que las alcanzo. Así, nunca llego a estar satisfecho, y el miedo a perder lo que tengo se mantiene igual de intenso.
Por otro lado, el World Happiness Report, nos recuerda que los países con índices de satisfacción más elevados, no sólo son los que tienen el nivel de ingresos más alto y más estable. El factor principal que hace subir el índice unos puntos más, como lo indica el 8/10 de media que recibe Dinamarca, es la CONFIANZA en uno mismo y en las instituciones del país.
Claro que pensar que mi felicidad está basada en un índice sobre parámetros socio-económicos que no dependen de mí puede ser realmente frustrante. ¿Me voy a conformar, en mi vida, con ser una simple estadística? “Naciste en España, ¡ha!, una pena, nunca llegarás a generar un índice de satisfacción mayor de 6, ya que las instituciones no te acompañan”.
Resumiendo, sabiendo que mi cerebro está más construido para defenderme de los peligros (generando miedos) que para disfrutar de la tranquilidad, sabiendo que estamos cableados para ser eternos insatisfechos y sabiendo que el entorno socio-económico tiene una gran influencia en mi índice de satisfacción vital, ¿realmente puedo ser feliz?
Ahí es donde entramos en escena nosotros, los individuos. Daniel Gilbert, profesor de psicología en la Universidad de Harvard, distingue entre dos tipos de felicidad: la Felicidad Natural (la que experimentamos al obtener lo que queremos) y la Felicidad Sintética, que es la que nosotros “nos fabricamos” al no conseguir lo que queremos. Parece ser que la primera es tan real y duradera como la segunda.
Un Felicidad Sintética no es una felicidad ficticia. Es una felicidad que surge con el trabajo personal. En primer lugar, es necesario limpiar los traumas del pasado que nos mantienen en ese constante “Día de la Marmota” de sufrimientos anacrónicos. Existen numerosas terapias para ello, y el coaching emocional ofrece diversas técnicas sencillas y rápidas en su aplicación. Una vez que hemos alcanzado cierto equilibrio, eliminando los virus de la ansiedad, las fobias, el estrés y los miedos, es importante mantener ese equilibrio a través del entrenamiento regular de nuestros pensamientos. Para ello los beneficios del Mindfulness son infinitos.
Recuerda: La Felicidad no es circunstancial. La Felicidad es el resultado de un aprendizaje y un entrenamiento. Y está al alcance de todos.